La estola de la Infanta era falsa

Doña Elena es de los pocos que pueden llevar prendas falsas porque dan el pego de auténticas. La economía de Julio José Iglesias depende en los últimos tiempos sólo de las exclusivas. Brianda Fitz-James Stuart, aristócrata y DJ, brilla con su talento alternativo y singular.

Aviso a los navegantes: ninguna de las marcas que aparecen citadas en esta página son guiños publicitarios sino referencias informativas para redondear lo que digo. La publicidad huye de las palabras y busca las formas. Eso aprendí una vez, cuando compré una camiseta que llevaba en el pecho el logotipo de Coca-Cola. Los prejuicios culturales contra la famosa bebida estaban, en aquella época, más arraigados que ahora, así que la camiseta me valió toda clase de reproches. Fue una experiencia divertida, un juego contracultural. Realmente allí no ponía Coca-Cola sino «caca culo», pero nadie se enteraba.

Cuanto más exhaustos nos deja la crisis, más falta hacen las válvulas de escape. Hace unos días oí cómo una señora descalificaba el último número de la revista Hola (el que contenía 50 páginas dedicadas a la boda de Julio José Iglesias) porque, según ella, traía pocos trajes. El mismo argumento se había esgrimido días atrás con la boda de Luxemburgo, retratada ampliamente en el cuché nacional: faltaba carnaza y moda.

La boda del chico Iglesias Preysler fue un operativo publicitario de envergadura. Todo estaba patrocinado. Pronovias vistió a las mujeres de la familia (salvo, quizá, a Isabel Arrastia, la abuela). Suponemos que para Isabel Preysler no fue fácil renunciar a sus Armani privés, pero hizo el sacrificio de ponerse un traje menos favorecedor para no perjudicar a su hijo, cuya economía depende últimamente de las exclusivas.

Preysler fue, durante años, la gran creadora de tendencia de este país (amén de la más elegante, según las listas del imperio Sánchez Junco). Salía Isabel en Hola luciendo sandalias transparentes, y al día siguiente se agotaban las existencias de sandalias transparentes en todo el país. Claro que los tiempos, como las sandalias, también prescriben, y Preysler, aburrida de ejercer ese agotador liderazgo, cedió el testigo a Sara Carbonero, que se ha revelado también como una máquina de crear tendencias. La periodista, con estilo deliciosamente ecléctico (para entendernos: mitad pija, mitad macarra), es hoy el mayor modelo social a imitar. Un fenómeno comparable al de LZ (Letizia) o la sempiterna Carolina de Mónaco.

El caso de Doña Elena resulta especialmente curioso. La Infanta levanta pasiones en el barrio de Salamanca, aunque pocas personas lo reconocen. Las damas más conservadoras se miran en su espejo para copiarle los broches (ahora no hay política del PP que no lleve un broche) y los sombreros. Gracias a su estatura y a su porte erguido, ella pasea los sombreros con mucha propiedad. Quitando a un par de top models, ella es la única española que puede plantarse un ovni en la cabeza y salir tan fresca.

El último golpe de efecto de la hija mayor de los Reyes se produjo el 12 de octubre, con motivo del desfile de las Fuerzas Armadas. Aquella mañana, Elena de Borbón se anudó una estola alrededor del cuello y dio la campanada. Su foto irrumpió en los foros de moda y recibió las bendiciones de todos los estilistas. Lo que no se ha dicho es que aquella estola, que en la Infanta parecía de visonazo ruso-siberiano, era más falsa que Judas. Cosas de la vida: Doña Elena es una de las pocas mujeres que pueden permitirse el lujo de llevar prendas falsas porque en ella siempre darán el pego de auténticas.

Telva ha sido el último evento que nos ha deparado conclusiones sabrosas: hay que instituir el decálogo del perfecto diseñador para evitar que se repitan casos como el de Mariló Montero y Alejandra Osborne, vestidas con parecidos vestidos de la misma firma. Si ya es un trago ponerse un traje que está a mitad de camino entre el chándal de los Juegos Olímpicos y un mal Versace, pasearlo por partida doble debería constituir pecado.